La música como cultura refleja el modo en que pensamos, somos, y estos códigos culturales y sociales se van traspasando, replicando a nivel colectivo. Temas como el machismo, el sexismo, la misoginia, están presentes en la música, de diferentes formas. (Andrea Ocampo Silva)
Si una mujer canta su dependencia de un hombre que la abandona, como sucede en Dido and Eneas de Henry Purcell, una ópera de fines del siglo XVIII o en una canción popular de mediados del siglo XX entonada por Judy Garland, lo hace sin mucho pudor, como si fuera su obligación revelar una situación después de todo imaginaria, al presentarse bajo la forma de una canción, pero al mismo tiempo aleccionadora para quienes la oyen, que tranquiliza a los testigos y les confirma que todo está bien: el abandono de alguien que sufre y la queja que precede a la muerte, una confirmación de que el personaje que se rinde no habrá de recuperarse.
La mujer demuestra sus habilidades de cantante, y al mismo tiempo confiesa una sumisión que la opinión dominante aplaude sin pensarlo dos veces, ayer o ahora:
The night is bitter, / the stars have lost their glitter, / the winds grow colder / and suddenly you´re older / and all because of the man that got away. / No more his eager call, / the writtings on the wall / the dreams you dreamed have all / gone astray. (Harold Arlen e Ira Gershwin: The Man that Got Away)
El mundo pierde sentido, se apaga, cuando esa mujer queda sola. ¿Podrá sobrevivir sin la presencia de él? No hay ningún atisbo del futuro en la canción, solo un estado de desolación que parece no tener fin ni comienzo. La pena se vuelve eterna, y eso viene siendo desde hace siglos, como confirma la historia de Dido y Eneas. La mujer intenta retener al hombre, que considera otros objetivos más relevantes para su vida que atarse a las promesas hechas.
En el caso opuesto, si un hombre canta su dependencia de una mujer que lo abandonó por razones que no se aclaran, probablemente para reducir la responsabilidad masculina en la situación, elabora en torno a la pérdida una fantasía donde todo se vuelve justificación, paradoja, absurdo, como si la verdad cruda fuera inaceptable para él:
Te vas porque yo quiero que te vayas / a la hora que yo quiero te detengo. / Yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no, yo soy tu dueño. (José Alfredo Jiménez: La media vuelta)
Referir los desencuentros de las parejas humanas da para mucho, como se sabe en Occidente desde el Medioevo, cuando las historias de Tristán e Isolda o la de Abelardo y Eloísa (casi todas ellas frustradas) comenzaron a conmover a una audiencia que se ha renovado hasta no hace mucho, sin esperar ni obtener nada distinto.
Vivir en pareja es algo deseado e inalcanzable para mucha gente, que percibe la soledad como una situación temible, que debe ser evitada a cualquier precio y justifica más de un sacrificio, pero encontrar pareja y luego (lo fundamental) ser capaz de retener a esa pareja y sobre todo disfrutar la convivencia con esa pareja, no es cosa fácil de concretar, lo que explica la infidelidad, el alto porcentaje de rupturas y el descrédito actual de la institución del matrimonio.
Cuando las parejas perduraban en el pasado que tantos añoran, fue porque una de las partes (la mujer, concretamente) corría con desventajas en caso de encontrar incómoda o insoportable la relación. Liberarse de esos lazos consagrados por la Ley, la Religión y las buenas costumbres, en el caso de que se atreviera a intentarlo, la exponía a quedar indefensa, en igual o tal vez peor situación que cuando permanecía dentro de la pareja.
La mayor satisfacción de la víctima es la certeza de que el victimario la necesita a ella (y en su fantasía, tal vez solo a ella) para disfrutar la crueldad que ejerce. La alternativa de sufrir (incluso morir) en manos de la persona a quien se ha sometido, llega a convertirse en un privilegio.
Arráncame la vida, con el último beso de amor. / Arráncala, toma mi corazón, arráncame la vida. / Y si acaso te hiere el dolor, ha de ser de no verme / porque al fin tus ojos me llevo yo. (Agustín Lara: Arráncame la vida)
Desaparecer en la relación de pareja, inmolarse voluntariamente a quien se dice amar, entregarse sin condiciones de ningún tipo al capricho de otro, es invitarlo al abuso, en la seguridad de que no se encontrará resistencia. En el bolero de Agustín Lara, son fantasías de mutilación, de aniquilamiento, que la canción popular vuelve alternativas aceptables o que pasan desapercibidas, porque son acompañadas por melodías fáciles de recordar, que los medios difunden reiteradamente y pueden ser bailadas, como parte del cortejo erótico tolerado por la sociedad, no obstante, la declarada carga masoquista que revelan.
Todo esto, que cuesta expresar, se dice con música fácil de tararear, permitiendo que nada de lo que se dice se tome demasiado en serio. Mientras la ópera otorga visos de seriedad a las declaraciones más triviales, la canción popular describe al pasar las tragedias cotidianas, como si resultaran inevitables y no tuvieran demasiada importancia.
La máxima felicidad de una de esas víctimas, parece ser la aceptación de morir en manos de quien ama o al menos delante de quien ama, para marcarlo(a) con la imagen del daño que está causando su desamor. ¿Acaso no habría otra manera de conmover al interlocutor indiferente, al amante que no reacciona, para obtener un momento de su atención, en este caso el último de quien se inmola?
Quisiera abrir lentamente mis venas / Mi sangre toda verterla a tus pies / para poder demostrar / que más no puedo amar / y entonces morir después. (Francisco Lomuto y José María Contursi: Sombras, nada más)
Declarar públicamente la sumisión de alguien (un hombre) a su pareja, no es una decisión fácil de aceptar para quien la sufre, porque la situación penosa que experimenta, en lugar de concluir, puede agravarse después de un reconocimiento como ese. ¿Qué ha hecho para merecer el maltrato? ¿En qué falló para que una mujer se atreviera a intentarlo? ¿Cómo no la detuvo y castigó de inmediato? La víctima se vuelve sospechosa o incluso culpable al exponer su situación.
No es raro que las mujeres golpeadas por sus parejas callen, incluso que se escondan de amigos o parientes que podrían ayudarlas a librarse del maltrato. Disimulan los moretones con maquillaje, inventan excusas que favorecen a sus verdugos, siendo algunas tan creíbles como haberse dado en la cara con una puerta, porque se supone que el silencio mejora la imagen de ambos como pareja normal (y en forma paralela, evita que sus parejas tomen represalias mayores cuando ellas se vean obligadas a regresar al hogar que comparten).
Si la declaración de que se ha incurrido en violencia física o psicológica proviene de un hombre arrepentido, las cosas se complican, porque la imagen predominante en la sociedad patriarcal es la opuesta: los hombres están comprometidos a mantener sometidas a las mujeres, en lo que se considera un orden inmutable, establecido por la religión y las buenas costumbres.
Eso suele ser lo menos que se espera de ellos. Cuando reaccionan de otro modo, más amable, hasta su identidad sexual de los machos queda bajo sospecha. ¿Qué les falta para ejercer el rol que la Naturaleza les habría destinado? Los hombres pueden incurrir en excesos y errores de todo tipo, pero de acuerdo con las convenciones respetadas por una generación tras otra, los hombres no se entregan ni lamentan.
Dan por sentado que si bien fueron engañados y eso les duele (al punto de cantarlo), están convencidos de que la vida se encargará de compensarlos, mostrándoles el dolor de quienes los hicieron sufrir.
There´ll come a time / don´t you forget it / There´ll come a time / when you´re gonna regret it / Some day, when you get lonely / your heart will break like mine / and you´ll want me only. (Turner Layton, Henry Cramer, Ray Sherman: after you´ve Gone)
En otras palabras, algo pasará, algo deberá pasar en el futuro, que ponga fin al desajuste actual de las relaciones entre hombres y mujeres. No existe la menor certeza, no hay manera de justificar esto que ha ocurrido, y entonces la esperanza irracional es que la Providencia intervendrá entonces, porque hasta ahora no lo ha hecho, para compensar lo sucedido, que es una pérdida irremediable.