ELOGIO DE LA SUMISIÓN: HABLAN LOS HOMBRES

26 junio 2023

Es la historia de un amor / como no hay otro igual / que me hizo comprender / todo el bien, todo el mal / que le dio luz a mi vida / apagándola después / ¡Ay, qué vida tan oscura! / Sin tu amor yo viviré. (Carlos Eleta Almarán: Historia de un amor)

Un hombre que deja atrás el pudor impuesto por la cultura patriarcal a su género, para quejarse abiertamente del desamor que sufre por causa de alguien tan prescindible en su ámbito como una mujer, alguien a quien sin embargo tuvo la oportunidad de controlar, dado que se la entregaban para que demostrara estar en condiciones de asumir el rol que le otorgaba la sociedad, no fue capaz de ejercerlo.

Quiso y no pudo. Lo que es peor, publicó su derrota. Al confesar mediante el canto su dependencia emocional respecto de una mujer, el hombre no se dirige a otros hombres, que podrían solidarizar con su estupidez, aunque se burlaran a sus espaldas, sino al mismo objeto de su desgracia, solo puede ser imaginado en el mundo paralelo de los boleros, donde los sentimientos se imponen sobre la razón y el temor a las repercusiones sociales:

Usted es la culpable / de todas mis angustias / y todos mis quebrantos. / Usted llenó mi vida / de dulces inquietudes / y amargos desencantos. / Su amor es como un grito / que llevo aquí en mi sangre / y aquí en mi corazón. / Y soy aunque no quiera / esclavo de sus ojos / juguete de su amor. (José Antonio Zorrilla y Gabriel Ruiz: Usted)

En este caso, junto con la queja interminable de un pasivo-agresivo que intenta ser atendido por una mujer cruel y no obstante capaz de satisfacer su deseo, hay una acusación capaz de marcar el inicio de una estrategia masculina menos previsible que la de otros seductores. La destinataria se encuentra cerca y sin embargo a suficiente distancia para no ser tocada (y golpeada, como ocurre en el mundo real).

El pronombre (usted) marca la separación existente entre ambos. Aparentemente, el hombre que canta se conformaría con besar a la mujer esquiva, pero una vez que ella concede ese deseo, aunque solo sea para librarse del acoso y la quejumbre humillante ¿no quedará en las manos de él? ¿No lo estará alentando a esperar más de lo que en una situación como esa es prudente conceder?

Si esa mujer se rinde, piensa el hombre, ¿por qué debería él a continuación respetar el convenio que puedan haber establecido? Puesto que ella fue tan imprudente como para apiadarse de él, es hora de cambiar de actitud sumisa, por otra más acorde con los roles dominantes en la sociedad. ¿Por qué no pasar al ataque?

En el pasado, tal vez las mujeres tuvieran un Dios aparte, puesto que sus obligaciones eran tantas y sus derechos tan escasos, que cuesta imaginarlas capaces de sobrevivir en una cultura convencida de que todas ellas eran seres humanos de segunda clase, a los que en algunos casos se protegía y en otros (con mayor frecuencia) se abusaba, de acuerdo con el humor masculino del momento. Quizás las mujeres del pasado no consideraran que entre sus opciones de vida figuraba la posibilidad de enfrentar de igual a igual a sus parejas y reclamar atención a sus necesidades, por injusto que fuera el trato al que estuvieran sometidas.  

Ni sus madres o amigas lo habían intentado con éxito, ni los guías espirituales de los templos las alentaban a tal desatino, ni los correos sentimentales de las revistas femeninas hubieran convalidado ensoñaciones como esas. Tanto las leyes, como las costumbres y el arte, se encargaban, por lo contrario, de suministrar imágenes idealizadas de mujeres que a pesar de estar sometidas, se mostraban sonrientes, calladas, rodeadas por hijos que reclamaban su atención, estorbando cualquier intento de liberación, para certificar que eran felices por ese motivo, mientras demonizaban en forma paralela a aquellas figuras de mujeres rebeldes o tan solo autónomas, que se atrevieran a plantear dudas sobre el monopolio del poder, tradicionalmente ejercido por los hombres.

If ever the Devil was born without a pair of horns / It was you, Jezebel, it was you. / If ever an angel fell, Jezebel, / it was you. / If ever a pair an pair of eyes promised Paradise / deceiving me, grieving me, leaving me blue / Jezebel, it was you. (Wayne Shanklin: Jezabel)

Horrible, pero también irresistible, contradictoria en el ejercicio de su poder sexual, la mujer participa involuntariamente en un doble juego donde el hombre que se declara su víctima, la desea y al mismo tiempo la execra. Pésima combinación para una relación de pareja. De acuerdo con la cultura anglosajona, Jezabel, figura de resonancias bíblicas, es la prostituta negra que arruina a su pareja blanca. ¿Negra, hasta no hace mucho esclava, y sin embargo dueña de la voluntad del hombre no negro que la desea?

¿Algo ha cambiado en la actualidad, cuando las mujeres han conseguido tantas reivindicaciones, han penetrado en tantos ambientes donde tradicionalmente se les cerraba el paso, que muchos hombres se sienten amenazados por ellas? Las manifestaciones masivas, las leyes finalmente aprobadas en el Parlamento, indican que los cambios son significativos, pero no mucho, de acuerdo con el discurso masculino de las canciones populares.

Ahora que las mujeres han proclamado sus demandas de igualdad ante la ley y se han desinhibido sexualmente en el mundo real, en el mundo de las canciones populares siguen dependiendo del macho que las denigra, al exponerlas en su estado de sumisión.

Estoy enamorado de cuatro babys. / Siempre me dan lo que quiero. / Chingan cuando yo les digo. / Ninguna me pone pero. / Dos son casadas / Hay una soltera / La otra medio psycho / y si no la llamo se desespera. (Maluma: Cuatro babys)

Más que dominador, el hombre se autodenuncia como un exhibicionista que en realidad desprecia a las mujeres que lo aceptan. ¿Cómo pueden ser tan imbéciles? En realidad, en buena hora son tan imbéciles, porque de otro modo el hombre no disfrutaría la situación. Él necesita urgentemente hablar de su inagotable capacidad amatoria. Es tan macho que los otros machos deberían aplaudirlo y envidiarlo. Para eso tiene a cuatro mujeres como testigos. Ellas lo convierten en el objeto del deseo de otros hombres que quisieran estar en sus zapatos. Ninguna de ellas califica como pareja estable: dos porque mantienen una relación con otros hombres, y de las dos restantes una es demasiado dependiente y la última tolera compartir a ese hombre con las otras tres.

Mientras la realidad muestra una creciente independencia femenina en todos los ámbitos, Maluma reivindica la imagen opuesta. Han pasado siete décadas desde que el hombre confesaba su total anulación a la mujer que lo abandonaba o no lo tomaba en cuenta:

Sin ti / no podré vivir jamás / y pensar que nunca más / estarás junto a mí. / Sin ti / es inútil vivir / como inútil será / el quererte olvidar. (Pepe Guízar: Sin ti)

¿Qué puede esperar un hombre de la mujer a quien considera su pareja? Sin duda, compañía, fidelidad, apoyo, tanto en las buenas como en las malas, como plantean las fórmulas nupciales. Al revisar las canciones populares se descubre otra perspectiva. Los hombres esperan lo peor de las mujeres, lo más humillante, la traición, el engaño, la enemistad, que lo obligarán a defenderse del enemigo con quien comparten cama, llegando a tomar venganza cuando se advierten defraudados y convirtiéndose en criminales que ven arruinadas sus vidas por causa de aquellas que sin embargo son sus víctimas.

No deberían hacer lo que según ellos se ven obligados a hacer, pero se dicen que tienen que detener definitivamente a quienes los han herido en su honor, aprovechando la confianza que en mala hora obtuvieron. En un tango escrito hace tres décadas, sigue fresca la imagen del hombre frágil y vengativo de hace un siglo:

Si te agarro con otro te mato, / te doy una paliza y después me escapo. / Dicen que yo estoy errado / los que dicen eso, porque nunca amaron. (Cacho Castaña: Si te agarro con otro, te mato)

Conocen las consecuencias de actuar bajo impulsos de ese tipo, pero no ven otra salida que el crimen o el descrédito (en el caso de no cumplir la promesa). Se sienten obligados a eliminar a sus parejas, a) para que la ofensa a la honra no pueda repetirse, b) para satisfacer la demanda de quienes se enteraron de lo sucedido y esperan un castigo ejemplar de las traidoras, c) para evitar la tentación de perdonarlas y someterse a una futura humillación, cada vez más probable cuando la amenaza queda en nada.

La encontró en el bulín y en otros brazos… / Sin embargo, canchero y sin cabrearse / le dijo al gavilán: “Puede rajarse; / el choma no es culpable en estos casos”. / (…) Con toda educación, amablemente / le fajó treinta y cuatro puñaladas. (Edmundo Rivero e Iván Díez: Amablemente)

La oportunidad de entregarse incondicionalmente a un hombre, a quien, si lograban retener con sus encantos, dedicarían el resto de su vida, sin pedir nada a cambio, era uno de los mayores premios que deparaba el Destino a una infinidad de mujeres del mundo patriarcal. Gustarle a un hombre, atraparlo con la colaboración del atractivo personal, las instituciones del Estado y la religión, obligarlo a responsabilizarse de su descendencia no siempre querida, eran habilidades fundamentales para la subsistencia de mujeres que no habían sido preparadas para otra cosa que las funciones reproductivas y el mantenimiento del hogar.

Cuando esa relación desigual se daba, al ser escogidas como pareja por algún hombre, todo adquiría sentido en sus vidas tan precarias, comenzando por el azar de haber llegado al mundo con un sexo que anunciaba incomodidades y dolor, antes que satisfacciones de cualquier tipo.

Las mujeres se la buscan por el solo hecho de existir, plantea el criterio machista, y finalmente encuentran lo que merecen, dentro o fuera del matrimonio. ¿Acaso no han tenido la oportunidad de observar el modelo de comportamiento sumiso de sus madres y abuelas, de sus vecinas y amigas desde hace incontables generaciones? Ellas deberían saber qué les aguarda en su relación con los hombres… y someterse, aunque las evidencias les adviertan que hay otros modelos, a pesar de las fantasías masculinas.

Y en la oscuridad / quiere saber si lo que dicen es verdad / y me pide más / Aún sabiendo que la puedo lastimar. / No es culpa mía si me porto mal. (Dasoul: Si me porto mal)


ELOGIO DE LA SUMISIÓN: OPUESTOS IRRECONCILIABLES

9 junio 2023

La música como cultura refleja el modo en que pensamos, somos, y estos códigos culturales y sociales se van traspasando, replicando a nivel colectivo. Temas como el machismo, el sexismo, la misoginia, están presentes en la música, de diferentes formas. (Andrea Ocampo Silva)

Si una mujer canta su dependencia de un hombre que la abandona, como sucede en Dido and Eneas de Henry Purcell, una ópera de fines del siglo XVIII o en una canción popular de mediados del siglo XX entonada por Judy Garland, lo hace sin mucho pudor, como si fuera su obligación revelar una situación después de todo imaginaria, al presentarse bajo la forma de una canción, pero al mismo tiempo aleccionadora para quienes la oyen, que tranquiliza a los testigos y les confirma que todo está bien: el abandono de alguien que sufre y la queja que precede a la muerte, una confirmación de que el personaje que se rinde no habrá de recuperarse.

La mujer demuestra sus habilidades de cantante, y al mismo tiempo confiesa una sumisión que la opinión dominante aplaude sin pensarlo dos veces, ayer o ahora:

The night is bitter, / the stars have lost their glitter, / the winds grow colder / and suddenly you´re older / and all because of the man that got away. / No more his eager call, / the writtings on the wall / the dreams you dreamed have all / gone astray. (Harold Arlen e Ira Gershwin: The Man that Got Away)

El mundo pierde sentido, se apaga, cuando esa mujer queda sola. ¿Podrá sobrevivir sin la presencia de él? No hay ningún atisbo del futuro en la canción, solo un estado de desolación que parece no tener fin ni comienzo. La pena se vuelve eterna, y eso viene siendo desde hace siglos, como confirma la historia de Dido y Eneas. La mujer intenta retener al hombre, que considera otros objetivos más relevantes para su vida que atarse a las promesas hechas.

En el caso opuesto, si un hombre canta su dependencia de una mujer que lo abandonó por razones que no se aclaran, probablemente para reducir la responsabilidad masculina en la situación, elabora en torno a la pérdida una fantasía donde todo se vuelve justificación, paradoja, absurdo, como si la verdad cruda fuera inaceptable para él:

Te vas porque yo quiero que te vayas / a la hora que yo quiero te detengo. / Yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no, yo soy tu dueño. (José Alfredo Jiménez: La media vuelta)

Referir los desencuentros de las parejas humanas da para mucho, como se sabe en Occidente desde el Medioevo, cuando las historias de Tristán e Isolda o la de Abelardo y Eloísa (casi todas ellas frustradas) comenzaron a conmover a una audiencia que se ha renovado hasta no hace mucho, sin esperar ni obtener nada distinto.

Vivir en pareja es algo deseado e inalcanzable para mucha gente, que percibe la soledad como una situación temible, que debe ser evitada a cualquier precio y justifica más de un sacrificio, pero encontrar pareja y luego (lo fundamental) ser capaz de retener a esa pareja y sobre todo disfrutar la convivencia con esa pareja, no es cosa fácil de concretar, lo que explica la infidelidad, el alto porcentaje de rupturas y el descrédito actual de la institución del matrimonio.

Cuando las parejas perduraban en el pasado que tantos añoran, fue porque una de las partes (la mujer, concretamente) corría con desventajas en caso de encontrar incómoda o insoportable la relación. Liberarse de esos lazos consagrados por la Ley, la Religión y las buenas costumbres, en el caso de que se atreviera a intentarlo, la exponía a quedar indefensa, en igual o tal vez peor situación que cuando permanecía dentro de la pareja.

La mayor satisfacción de la víctima es la certeza de que el victimario la necesita a ella (y en su fantasía, tal vez solo a ella) para disfrutar la crueldad que ejerce. La alternativa de sufrir (incluso morir) en manos de la persona a quien se ha sometido, llega a convertirse en un privilegio.

Arráncame la vida, con el último beso de amor. / Arráncala, toma mi corazón, arráncame la vida. / Y si acaso te hiere el dolor, ha de ser de no verme / porque al fin tus ojos me llevo yo. (Agustín Lara: Arráncame la vida)

Desaparecer en la relación de pareja, inmolarse voluntariamente a quien se dice amar, entregarse sin condiciones de ningún tipo al capricho de otro, es invitarlo al abuso, en la seguridad de que no se encontrará resistencia. En el bolero de Agustín Lara, son fantasías de mutilación, de aniquilamiento, que la canción popular vuelve alternativas aceptables o que pasan desapercibidas, porque son acompañadas por melodías fáciles de recordar, que los medios difunden reiteradamente y pueden ser bailadas, como parte del cortejo erótico tolerado por la sociedad, no obstante, la declarada carga masoquista que revelan.

Todo esto, que cuesta expresar, se dice con música fácil de tararear, permitiendo que nada de lo que se dice se tome demasiado en serio. Mientras la ópera otorga visos de seriedad a las declaraciones más triviales, la canción popular describe al pasar las tragedias cotidianas, como si resultaran inevitables y no tuvieran demasiada importancia.

La máxima felicidad de una de esas víctimas, parece ser la aceptación de morir en manos de quien ama o al menos delante de quien ama, para marcarlo(a) con la imagen del daño que está causando su desamor. ¿Acaso no habría otra manera de conmover al interlocutor indiferente, al amante que no reacciona, para obtener un momento de su atención, en este caso el último de quien se inmola?

Quisiera abrir lentamente mis venas / Mi sangre toda verterla a tus pies / para poder demostrar / que más no puedo amar / y entonces morir después. (Francisco Lomuto y José María Contursi: Sombras, nada más)

Declarar públicamente la sumisión de alguien (un hombre) a su pareja, no es una decisión fácil de aceptar para quien la sufre, porque la situación penosa que experimenta, en lugar de concluir, puede agravarse después de un reconocimiento como ese. ¿Qué ha hecho para merecer el maltrato? ¿En qué falló para que una mujer se atreviera a intentarlo? ¿Cómo no la detuvo y castigó de inmediato? La víctima se vuelve sospechosa o incluso culpable al exponer su situación.

No es raro que las mujeres golpeadas por sus parejas callen, incluso que se escondan de amigos o parientes que podrían ayudarlas a librarse del maltrato. Disimulan los moretones con maquillaje, inventan excusas que favorecen a sus verdugos, siendo algunas tan creíbles como haberse dado en la cara con una puerta, porque se supone que el silencio mejora la imagen de ambos como pareja normal (y en forma paralela, evita que sus parejas tomen represalias mayores cuando ellas se vean obligadas a regresar al hogar que comparten).

Si la declaración de que se ha incurrido en violencia física o psicológica proviene de un hombre arrepentido, las cosas se complican, porque la imagen predominante en la sociedad patriarcal es la opuesta: los hombres están comprometidos a mantener sometidas a las mujeres, en lo que se considera un orden inmutable, establecido por la religión y las buenas costumbres.

Eso suele ser lo menos que se espera de ellos. Cuando reaccionan de otro modo, más amable, hasta su identidad sexual de los machos queda bajo sospecha. ¿Qué les falta para ejercer el rol que la Naturaleza les habría destinado? Los hombres pueden incurrir en excesos y errores de todo tipo, pero de acuerdo con las convenciones respetadas por una generación tras otra, los hombres no se entregan ni lamentan.

Dan por sentado que si bien fueron engañados y eso les duele (al punto de cantarlo), están convencidos de que la vida se encargará de compensarlos, mostrándoles el dolor de quienes los hicieron sufrir.

There´ll come a time / don´t you forget it / There´ll come a time / when you´re gonna regret it / Some day, when you get lonely / your heart will break like mine / and you´ll want me only. (Turner Layton, Henry Cramer, Ray Sherman: after you´ve Gone)

En otras palabras, algo pasará, algo deberá pasar en el futuro, que ponga fin al desajuste actual de las relaciones entre hombres y mujeres. No existe la menor certeza, no hay manera de justificar esto que ha ocurrido, y entonces la esperanza irracional es que la Providencia intervendrá entonces, porque hasta ahora no lo ha hecho, para compensar lo sucedido, que es una pérdida irremediable.