HALAGO Y AGRESIÓN DEL PIROPO (II): OTROS TIEMPOS


Monica Bellucci en Malena

Es sumamente injusto que [las mujeres] tengamos que aprender desde la pubertad en adelante, a mirar el suelo cuando pasamos cerca de una construcción, o junto a un grupo de hombres, para evitar notar cómo sus miradas se clavan en nuestras pechugas. (Integrante del Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile)

El piropo del siglo XXI difiere del clásico, al parecer. O las actitudes de quienes participan en la situación dejaron de ser las de antes. Las destinatarias del piropo ya no aceptan complacidas o resignadas los comentarios que les dirigen los hombres, tanto los conocidos como los desconocidos; más bien se sienten degradadas por quienes las asedian con palabras perturbadoras, que anuncian proyectos de agresiones sexuales.

Ahora, ellas tienen armas para resistir al piropo, utilizan sus teléfonos celulares para registrar las palabras que consideran inaceptables, las miradas insistentes, los gestos obscenos, y proceden a acusarlos formalmente de estar asediándolas.

Acoso en el Metro

En Bélgica, desde 2014, los piropeadores pueden ser multados con sanciones que van desde los cincuenta a mil euros o un año de prisión (cuesta imaginar cómo deciden los jueces la magnitud de la ofensa). Los parlamentarios de Podemos en España, plantean encarar el piropo como un delito callejero leve de intimidación sexual con multa de tres a nueve meses o 31 a 50 días trabajos en beneficio de la comunidad (tentativa que sus adversarios políticos han calificado como totalitaria).

Los piropeadores no son poetas aficionados que dependen del favor de las mujeres a quienes deberían halagar, sino resentidos, frustrados que confiesan a la vez la impunidad que goza su género en la sociedad patriarcal y el enojo que experimentan por la libre circulación de mujeres tentadoras e inaccesibles. ¿Cómo se atreven ellas a provocarlos de ese modo? Si  pudieran revertir el curso de la Historia, volverían a encerrarlas en sus hogares, como estaban hasta no hace mucho, para tranquilidad de los hombres que las mantenían y utilizaban para su solaz.

Mi vida no es tu porno. (Anónimo: cartel de protesta femenina)

Acoso verbal callejero

La modernidad no se manifiesta como un progreso efectivo de la igualdad entre los géneros, sino más bien como el advenimiento de nuevas y eficaces maneras de subordinar a la mujer. Gracias a la tecnología de las comunicaciones, los agresores masculinos pueden humillar a sus víctimas femeninas en una escala impensada hasta no hace mucho. El voyeurista del teléfono celular, roba imágenes íntimas de la ropa interior de jovencitas que encuentra en el Metro y procede a difundirlas por You Tube, donde miles de usuarios se enteran de su hazaña.

Un fanático argentino del fútbol, que visita Moscú con ocasión del Campeonato Mundial de 2018, hace repetir a una adolescente frases obscenas de subordinación sexual, cuyo sentido ella no entiende, para subirlas a la red y demostrar qué incautas pueden ser las mujeres que él sorprende.

Celebración de san Fermín

La historia de La Manada circuló a comienzos de 2018, cuando cinco amigos, aprovechando la celebración de san Fermín en Pamplona, encerraron a una muchacha alcoholizada en un portal y procedieron a violarla repetidamente y registrar imágenes del maltrato, para difundirlo por Internet. Eso correspondía a la lógica del piropo: informa a la mujer que siempre puede pasarle algo que deberá lamentar, por ejemplo, durante una fiesta religiosa; anuncia que en cualquier parte hay alguien que tal vez no controle sus fantasías agresivas, tanto si la mujer las conoce, las alienta o las rechaza.

El miedo de la mujer a la violencia del hombre, es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo. (Jacques Lacan)

De Biasi: Los italianos se voltean

¿Acaso las mujeres de hoy ignoran que los machos pueden dejar de lado toda contención, para usarlas y abusarlas de acuerdo a su capricho, abandonándolas después, cuando se ponen exigentes o empalagosas, puesto que no es tan probable que ellas los denuncien ante las autoridades, que comparten el punto de vista masculino y no tomarán en cuenta sus denuncias? ¿Desde cuándo puede entenderse como una ofensa un inocente piropo que da salida (bastante inocua) a la tensión sexual que puede estar sufriendo un hombre, excitado por la exhibición de una mujer?

El obsesivo es el que (…) se encuentra marcado primordialmente, primitivamente por la defusión [anulación] de sus instintos. Su primera salida, (,,,) la que condicionará todas sus dificultades ulteriores, será anular el deseo del Otro. (Jacques Lacan)

Acoso callejero

El piropo es visto ahora como un intento de degradación pública de la mujer que lo recibe, como un insulto velado o descubierto, como parte de una expresión verbal del deseo, que trata de inmovilizar, anular cualquier atisbo del deseo de la mujer.  Sorprendida, humillada o incluso complacida, ella pierde la iniciativa y el hombre la derrota.

La Constitución les asegura a las mujeres el libre tránsito a toda hora, solas o acompañadas (cosa que no sucede hoy en un país islámico, ni tampoco sucedía en uno cristiano de hace un par de siglos), mientras el piropo les recuerda que esa garantía, por solemne que parezca, se encuentra restringida por la decisión de cualquier hombre perturbado por la presencia de un cuerpo femenino.

En un espacio público o al interior del mundo laboral, es muy delicada la línea de un mensaje simpático y aparentemente inofensivo, con otro que tiene objetivos distintos, especialmente cuando se destacan aspectos físicos y sexuales. (Alejandro Fuhrer)

Acoso en el Metro

Hay algo patético en la actitud del piropeador: en el mejor de las alternativas para él, atemoriza porque no seduce. Espanta al objeto de su deseo, porque no lo atrae. Hiere, porque no acaricia. Viola verbalmente, porque no fue ni será invitado a entablar un diálogo civilizado con la mujer. Si ella le respondiera, tal vez no sabría qué responder.

Simultáneamente, hay algo equívoco en el bando de los piropeadores. Al agredir a una mujer, confirman la enorme importancia que tiene para ellos la relación con otros hombres. No es raro que el piropo surja de un grupo masculino que observa el paso de las mujeres. Mediante el piropo guarango, uno de esos hombres excita la imaginación y la risa de los otros hombres. El piropo va dirigido a los iguales, tanto como a las hembras. Un hombre demuestra su capacidad de agresión sexual, ante otros posibles agresores. Él denuncia que hombres y mujeres se encuentran, pero no puede aceptarse que se entiendan, que los hombres pueden unirse contra las mujeres, que la cercanía masculina es preferible a la que se da entre los dos géneros.

Los piropos supongo que son una consecuencia más del sistema patriarcal machista en el que los hombres, por serlo, se creen con derecho consolidados sobre nosotras para evaluarnos por nuestro aspecto públicamente, sin importarle si nos apetece o no. Es machismo callejero vendido de forma bonita, aunque de agradable para nosotras no tiene nada. (Ana García Mayayo)

Resistencia feminista

El piropo de la calle no tiene mucho sentido en el territorio de una pareja constituida. Cuando un hombre o una mujer halagan en privado o en público a su compañero, generan una sensación de pudor (mejor aún, de redundancia) en aquellos que lo presencian. Puesto que esas dos personas viven juntas, debe ser porque se encuentran algo bueno, uno al otro. ¿Para qué decirlo de manera explícita a los demás? Reconocerse parte de una pareja es el mayor halago que cada uno puede rendir al otro.

Uno de los deportes habituales de la gente madura, en cambio, consiste en lo contrario al piropo: hablar mal de la pareja con la que sin embargo se conserva una relación, para denigrarla, para demostrar que se está harto de ella y que si la relación no se quiebra, como promete el discurso, es más bien por la excesiva generosidad de quien habla. Recuerda la estrategia del Viejo Vizcacha en el poema gauchesco Martín Fierro: escupe el asado, para que nadie se lo dispute.

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