Es la historia de un amor / como no hay otro igual / que me hizo comprender / todo el bien, todo el mal / que le dio luz a mi vida / apagándola después / ¡Ay, qué vida tan oscura! / Sin tu amor yo viviré. (Carlos Eleta Almarán: Historia de un amor)
Un hombre que deja atrás el pudor impuesto por la cultura patriarcal a su género, para quejarse abiertamente del desamor que sufre por causa de alguien tan prescindible en su ámbito como una mujer, alguien a quien sin embargo tuvo la oportunidad de controlar, dado que se la entregaban para que demostrara estar en condiciones de asumir el rol que le otorgaba la sociedad, no fue capaz de ejercerlo.
Quiso y no pudo. Lo que es peor, publicó su derrota. Al confesar mediante el canto su dependencia emocional respecto de una mujer, el hombre no se dirige a otros hombres, que podrían solidarizar con su estupidez, aunque se burlaran a sus espaldas, sino al mismo objeto de su desgracia, solo puede ser imaginado en el mundo paralelo de los boleros, donde los sentimientos se imponen sobre la razón y el temor a las repercusiones sociales:
Usted es la culpable / de todas mis angustias / y todos mis quebrantos. / Usted llenó mi vida / de dulces inquietudes / y amargos desencantos. / Su amor es como un grito / que llevo aquí en mi sangre / y aquí en mi corazón. / Y soy aunque no quiera / esclavo de sus ojos / juguete de su amor. (José Antonio Zorrilla y Gabriel Ruiz: Usted)
En este caso, junto con la queja interminable de un pasivo-agresivo que intenta ser atendido por una mujer cruel y no obstante capaz de satisfacer su deseo, hay una acusación capaz de marcar el inicio de una estrategia masculina menos previsible que la de otros seductores. La destinataria se encuentra cerca y sin embargo a suficiente distancia para no ser tocada (y golpeada, como ocurre en el mundo real).
El pronombre (usted) marca la separación existente entre ambos. Aparentemente, el hombre que canta se conformaría con besar a la mujer esquiva, pero una vez que ella concede ese deseo, aunque solo sea para librarse del acoso y la quejumbre humillante ¿no quedará en las manos de él? ¿No lo estará alentando a esperar más de lo que en una situación como esa es prudente conceder?
Si esa mujer se rinde, piensa el hombre, ¿por qué debería él a continuación respetar el convenio que puedan haber establecido? Puesto que ella fue tan imprudente como para apiadarse de él, es hora de cambiar de actitud sumisa, por otra más acorde con los roles dominantes en la sociedad. ¿Por qué no pasar al ataque?
En el pasado, tal vez las mujeres tuvieran un Dios aparte, puesto que sus obligaciones eran tantas y sus derechos tan escasos, que cuesta imaginarlas capaces de sobrevivir en una cultura convencida de que todas ellas eran seres humanos de segunda clase, a los que en algunos casos se protegía y en otros (con mayor frecuencia) se abusaba, de acuerdo con el humor masculino del momento. Quizás las mujeres del pasado no consideraran que entre sus opciones de vida figuraba la posibilidad de enfrentar de igual a igual a sus parejas y reclamar atención a sus necesidades, por injusto que fuera el trato al que estuvieran sometidas.
Ni sus madres o amigas lo habían intentado con éxito, ni los guías espirituales de los templos las alentaban a tal desatino, ni los correos sentimentales de las revistas femeninas hubieran convalidado ensoñaciones como esas. Tanto las leyes, como las costumbres y el arte, se encargaban, por lo contrario, de suministrar imágenes idealizadas de mujeres que a pesar de estar sometidas, se mostraban sonrientes, calladas, rodeadas por hijos que reclamaban su atención, estorbando cualquier intento de liberación, para certificar que eran felices por ese motivo, mientras demonizaban en forma paralela a aquellas figuras de mujeres rebeldes o tan solo autónomas, que se atrevieran a plantear dudas sobre el monopolio del poder, tradicionalmente ejercido por los hombres.
If ever the Devil was born without a pair of horns / It was you, Jezebel, it was you. / If ever an angel fell, Jezebel, / it was you. / If ever a pair an pair of eyes promised Paradise / deceiving me, grieving me, leaving me blue / Jezebel, it was you. (Wayne Shanklin: Jezabel)
Horrible, pero también irresistible, contradictoria en el ejercicio de su poder sexual, la mujer participa involuntariamente en un doble juego donde el hombre que se declara su víctima, la desea y al mismo tiempo la execra. Pésima combinación para una relación de pareja. De acuerdo con la cultura anglosajona, Jezabel, figura de resonancias bíblicas, es la prostituta negra que arruina a su pareja blanca. ¿Negra, hasta no hace mucho esclava, y sin embargo dueña de la voluntad del hombre no negro que la desea?
¿Algo ha cambiado en la actualidad, cuando las mujeres han conseguido tantas reivindicaciones, han penetrado en tantos ambientes donde tradicionalmente se les cerraba el paso, que muchos hombres se sienten amenazados por ellas? Las manifestaciones masivas, las leyes finalmente aprobadas en el Parlamento, indican que los cambios son significativos, pero no mucho, de acuerdo con el discurso masculino de las canciones populares.
Ahora que las mujeres han proclamado sus demandas de igualdad ante la ley y se han desinhibido sexualmente en el mundo real, en el mundo de las canciones populares siguen dependiendo del macho que las denigra, al exponerlas en su estado de sumisión.
Estoy enamorado de cuatro babys. / Siempre me dan lo que quiero. / Chingan cuando yo les digo. / Ninguna me pone pero. / Dos son casadas / Hay una soltera / La otra medio psycho / y si no la llamo se desespera. (Maluma: Cuatro babys)
Más que dominador, el hombre se autodenuncia como un exhibicionista que en realidad desprecia a las mujeres que lo aceptan. ¿Cómo pueden ser tan imbéciles? En realidad, en buena hora son tan imbéciles, porque de otro modo el hombre no disfrutaría la situación. Él necesita urgentemente hablar de su inagotable capacidad amatoria. Es tan macho que los otros machos deberían aplaudirlo y envidiarlo. Para eso tiene a cuatro mujeres como testigos. Ellas lo convierten en el objeto del deseo de otros hombres que quisieran estar en sus zapatos. Ninguna de ellas califica como pareja estable: dos porque mantienen una relación con otros hombres, y de las dos restantes una es demasiado dependiente y la última tolera compartir a ese hombre con las otras tres.
Mientras la realidad muestra una creciente independencia femenina en todos los ámbitos, Maluma reivindica la imagen opuesta. Han pasado siete décadas desde que el hombre confesaba su total anulación a la mujer que lo abandonaba o no lo tomaba en cuenta:
Sin ti / no podré vivir jamás / y pensar que nunca más / estarás junto a mí. / Sin ti / es inútil vivir / como inútil será / el quererte olvidar. (Pepe Guízar: Sin ti)
¿Qué puede esperar un hombre de la mujer a quien considera su pareja? Sin duda, compañía, fidelidad, apoyo, tanto en las buenas como en las malas, como plantean las fórmulas nupciales. Al revisar las canciones populares se descubre otra perspectiva. Los hombres esperan lo peor de las mujeres, lo más humillante, la traición, el engaño, la enemistad, que lo obligarán a defenderse del enemigo con quien comparten cama, llegando a tomar venganza cuando se advierten defraudados y convirtiéndose en criminales que ven arruinadas sus vidas por causa de aquellas que sin embargo son sus víctimas.
No deberían hacer lo que según ellos se ven obligados a hacer, pero se dicen que tienen que detener definitivamente a quienes los han herido en su honor, aprovechando la confianza que en mala hora obtuvieron. En un tango escrito hace tres décadas, sigue fresca la imagen del hombre frágil y vengativo de hace un siglo:
Si te agarro con otro te mato, / te doy una paliza y después me escapo. / Dicen que yo estoy errado / los que dicen eso, porque nunca amaron. (Cacho Castaña: Si te agarro con otro, te mato)
Conocen las consecuencias de actuar bajo impulsos de ese tipo, pero no ven otra salida que el crimen o el descrédito (en el caso de no cumplir la promesa). Se sienten obligados a eliminar a sus parejas, a) para que la ofensa a la honra no pueda repetirse, b) para satisfacer la demanda de quienes se enteraron de lo sucedido y esperan un castigo ejemplar de las traidoras, c) para evitar la tentación de perdonarlas y someterse a una futura humillación, cada vez más probable cuando la amenaza queda en nada.
La encontró en el bulín y en otros brazos… / Sin embargo, canchero y sin cabrearse / le dijo al gavilán: “Puede rajarse; / el choma no es culpable en estos casos”. / (…) Con toda educación, amablemente / le fajó treinta y cuatro puñaladas. (Edmundo Rivero e Iván Díez: Amablemente)
La oportunidad de entregarse incondicionalmente a un hombre, a quien, si lograban retener con sus encantos, dedicarían el resto de su vida, sin pedir nada a cambio, era uno de los mayores premios que deparaba el Destino a una infinidad de mujeres del mundo patriarcal. Gustarle a un hombre, atraparlo con la colaboración del atractivo personal, las instituciones del Estado y la religión, obligarlo a responsabilizarse de su descendencia no siempre querida, eran habilidades fundamentales para la subsistencia de mujeres que no habían sido preparadas para otra cosa que las funciones reproductivas y el mantenimiento del hogar.
Cuando esa relación desigual se daba, al ser escogidas como pareja por algún hombre, todo adquiría sentido en sus vidas tan precarias, comenzando por el azar de haber llegado al mundo con un sexo que anunciaba incomodidades y dolor, antes que satisfacciones de cualquier tipo.
Las mujeres se la buscan por el solo hecho de existir, plantea el criterio machista, y finalmente encuentran lo que merecen, dentro o fuera del matrimonio. ¿Acaso no han tenido la oportunidad de observar el modelo de comportamiento sumiso de sus madres y abuelas, de sus vecinas y amigas desde hace incontables generaciones? Ellas deberían saber qué les aguarda en su relación con los hombres… y someterse, aunque las evidencias les adviertan que hay otros modelos, a pesar de las fantasías masculinas.
Y en la oscuridad / quiere saber si lo que dicen es verdad / y me pide más / Aún sabiendo que la puedo lastimar. / No es culpa mía si me porto mal. (Dasoul: Si me porto mal)