PAREJAS ROTAS DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL


Código Hammurabi

Código Hammurabi

Si la mujer aborrece al marido, será echada al río, y si el hombre aborrece a la mujer, debe darle una mina de plata. (Código Hammurabi)

Dieciocho siglos antes de nuestra era, incluso antes del Código del Rey Hammurabi, para los acadios, la posibilidad de que una pareja fracasara en su proyecto de una vida en común, era tomada en cuenta por los legisladores. Aunque aceptaban que el fracaso pudiera atribuirse por igual al hombre o la mujer, no los ponía a ambos en el mismo plano de responsabilidad. Mientras ella debía pagar con su vida, él era condenado a pagar una multa (¿de una sola vez o en cómodas cuotas?). Nada alentaba, sin embargo, a iniciar la ruptura por cualquier causa.

Entre los antiguos griegos, el hombre estaba facultado para iniciar los trámites del divorcio y no necesitaba justificar su decisión. La mujer, en cambio, debía probar ante las autoridades locales que el marido había incurrido en faltas tan graves como llevar otra mujer a la casa, estar preso o tener relaciones con otros hombres. Cuando la pareja había engendrado hijos, cualquier fuera la causa de la separación, ellos quedaban al cuidado del marido y la mujer regresaba a su familia paterna. Tal vez la mayor molestia que se le reservaba al hombre, era la obligación de devolver la dote que hubiera recibido de la familia de la mujer en el momento del matrimonio.

Matrimonio en sepulcro romano

Matrimonio en sepulcro romano

Para los romanos, el matrimonio era una institución reservada a los ciudadanos libres, que estaba prohibida a los esclavos, los actores y las prostitutas, que de acuerdo a la opinión establecida, eran promiscuos. Bastaba que una mujer casada saliera del hogar conyugal, llevándose la dote que había aportado, para que se la considerara divorciada (una situación que no era bien vista por la sociedad). Si no habían tenido hijos, se suponía que era debido a esterilidad de ella. Cuando había hijos, ellos quedaban al cuidado del padre. Si la mujer demostraba que el hombre llevaba una existencia licenciosa, los hijos eran criados por ella y el padre debía encargarse de mantenerlos. Después de registrarse el divorcio, el hombre podía contraer de inmediato un nuevo matrimonio, mientras la mujer debía esperar dieciocho meses, con el objeto de evitar cualquier equívoco respecto de la descendencia.

Al proliferar los divorcios y otros signos de relajamiento de las costumbres, el emperador Augusto estableció restricciones tales como la exigencia de efectuar el repudio delante de siete testigos y un liberto (funcionario público). El matrimonio era obligatorio para los hombres que tuvieran entre 25 y 60 años, y las mujeres entre 20 y 50. Los hombres debían engendrar al menos un hijo legítimo en el curso de su vida. Los casados gozaban de incentivos tales como puestos preferenciales en el teatro y la oportunidad de postular a empleos oficiales. Si todo esto no contribuía a la elevar la moral de los romanos, ¿qué podía hacerse?

Boda medieval

Boda medieval

El cristianismo que se impuso como religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV de nuestra era, planteó nuevas limitaciones. Si se demostraba que el repudio de la mujer había sido injustificado, el marido era condenado a perder la dote de la mujer y le quedaba prohibido casarse de nuevo. En el caso de que desafiara esta medida, la esposa anterior podía apoderarse de la dote de la nueva. Para congraciarse con los cristianos, el divorcio por común acuerdo quedaba reservado para quienes formularan votos de castidad.

Pero yo os digo que quien repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la expone al adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio. (Mateo: 5,32)

El texto bíblico de Marcos tampoco es nada flexible, incluye una advertencia que debería inquietar a quienes proyectan unirse en matrimonio: “Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe”. Suena solemne, trascendente y difícil de acatar, como la gente se ha encargado de demostrar con sus actos durante siglos. Los seres humanos no se resignan a la eternidad de los compromisos. Aunque se haya involucrado a Dios en la promesa, no desdeñan la oportunidad de arrepentirse, y el divorcio no es la peor de las opciones que imaginan para desembarazarse de la otra parte.

En la sociedad china había un tipo de divorcio, que consistía en el repudio de la esposa por el marido. Las causales aceptadas eran numerosas; iban desde no parir hijos a llevarse mal con los suegros; desde padecer alguna enfermedad contagiosa a pretender asumir el manejo de los bienes del marido; desde incurrir en adulterio a no permitir que el hombre tuviera concubinas. Tantas ventajas otorgadas al hombre, estaban compensadas con algunas prohibiciones. Era imposible repudiar a una mujer que careciera de parientes capaces de acogerla, o que hubiera compartido momentos difíciles con el hombre (duelos, pobreza).

En el mundo islámico, viejas costumbres previas al Corán de Mahoma, continuaron utilizándose hasta la fecha. Bastaría, por ejemplo, que el hombre declarara tres veces delante de su mujer que la repudia, para que el matrimonio se considere disuelto. Esta  modalidad que es irrevocable, incluso para el marido que la decidió y no puede volver a unirse con la esposa repudiada, excepto que mientras tanto ella hubiera contraído y disuelto otro matrimonio, es admitida por los sunitas y rechazada por los shiitas.

Los hijos de la pareja quedan al cuidado de la madre hasta llegar a la pubertad y el marido debe restituir a la mujer la mitad de la dote que ella aportó al casarse. Cuando el repudio se demuestra arbitrario, el hombre debe compensar a la mujer con una suma equivalente a lo que hubiera debido costar su manutención si estuviera casada, ya sea por un año en ciertos países árabes, por dos o tres en otros.

En la América precolombina, los aztecas podían tener fama de sanguinarios por el trato que dispensaban a los prisioneros y sus cultos religiosos, pero aceptaban que el divorcio pudiera ser solicitado ante los tribunales de Justicia, tanto por el hombre como por la mujer.

Durante el Medioevo europeo, los hombres gozaban de tanto poder sobre sus parejas, que en caso de aburrirse de ellas, podían promover una relación adúltera que justificara su decisión de desembarazarse de las damas. El engaño, sin embargo, debía resultar demasiado evidente, porque los manuales para confesores de la Iglesia del siglo XI se encargaban de desmontarlo y suministrar la penitencia que le correspondía por su falta, aunque aceptara la separación consumada.

¿Tu mujer cometió adulterio estando tú informado de ello, o quizás instigada por ti? En caso afirmativo, harás penitencia a pan y agua durante 40 días a lo largo de siete años consecutivos, y uno de ellos a pan y agua. Tu mujer puede probar que actuó contra su voluntad, a causa de tu instigación, si no puede vivir en continencia, puede desposar a quien quiera, pero siempre en el Señor. Tú, en cambio, permanecerás por siempre sin volver a casarte. (Burcardo de Worms: Penitencial)

Genoveva de Brabante como comic

Genoveva de Brabante como comic

La historia de Genoveva de Brabante, que conmovió a los lectores del pasado, presentaba el calvario de una esposa honesta, que al quedar sola, administrando los bienes de su familia, descubre que está embarazada, mientras el marido anda muy lejos, peleando contra los musulmanes que habían invadido España. Un mayordomo que fracasa en sus intentos de seducir a la mujer, la acusa de adulterio y la encierra en un calabozo, donde nace su primer hijo. Al regresar, el marido desinformado por el mayordomo, la  condena a muerte a ella y el hijo que no reconoce como suyo. Los verdugos se apiadan de Genoveva, la liberan en el bosque y le llevan al marido los ojos de un perro, como prueba de que la mataron. La historia tiene un final feliz, como sucede con las leyendas y cuentos de hadas, pero de todos modo muestra la inseguridad de las mujeres y la facilidad del repudio para los hombres de la clase dirigente del Medioevo.

En el siglo XII, Leonor de Aquitania, hija de príncipes, esposa y madre de reyes, tuvo que obtener un divorcio del Papa, porque no lograba tener hijos varones de su primer marido, a quien había acompañado en las circunstancias nada fáciles de la Segunda Cruzada. Por entonces, ella se había probado a sí misma que no debía considerarse inferior a ningún hombre, puesto que había participado en campañas militares y conducido un ejército de mujeres. Su segundo matrimonio le dio los hijos varones que ansiaba, pero no acuerdo duradero con su nueva pareja. Leonor había heredado una gran fortuna y tenía ideas propias sobre las políticas del reino, que no coincidían con las de su esposo. Hábil en intrigas palaciegas, Leonor no dudó en utilizar a sus hijos para derrotar al padre. Cuando el intento fracasó, pagó su audacia con quince años de prisión. La vida en pareja alimentaba rencores y ofensas imposibles de olvidar.

Cuando se recuerda el ejemplo del rey Enrique VIII de Inglaterra, durante el siglo XVI, que al sentirse defraudado por sucesivas esposas que no lograban darle un hijo varón que les demandaba, no dudaba en acusarlas de conspirar contra el Estado, de incurrir en incesto y otros crímenes horribles, con lo que justificaba que funcionarios deseosos de complacerlo las juzgaran sumariamente, las encerraran en prisión y finalmente las enviaran al patíbulo. En historias como esas, uno piensa que el divorcio es el menor de los males, si el objetivo es despejar el camino de los involucrados para rehacer sus vidas, por ejemplo, estableciendo nuevas parejas.

El divorcio es indispensable en las modernas civilizaciones. (Montesquieu)

La Revolución Francesa de 1789, quitó al matrimonio de la esfera eclesiástica, para dejarlo como un contrato civil más, que podía rescindirse, en unos casos por mutuo consentimiento, en otro por repudio o incompatibilidad de caracteres (de acuerdo al alegato de cualquiera de los contrayentes). Entre las causales figuraba la conducta inmoral de alguno de los cónyuges, la demencia, el abandono durante dos años, la carencia de noticias durante cinco años, el haber emigrado. Como esto generó una ola de divorcios, una nueva ley estableció condiciones que dificultaban el proceso, y pocos años más tarde, en 1816, pasado el ardor cuestionador de los viejos valores, en un intento de satisfacer los reclamos católicos, la restauración monárquica suprimió el divorcio. Hubo que esperar hasta 1884 para que la Ley Naquet repusiera el divorcio en Francia, aunque se mantuviera la prohibición para los católicos.

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