PRESENTACIÓN

12 octubre 2009

Historias como las de Manón Lescaut y Carmen, establecieron desde el siglo XVIII la imagen tan temible como seductora de mujeres jóvenes y atractivas, capaces de arrastrar a los hombres que tropezaban con ellas hacia la perdición (destruyéndose ellas también, conviene recordarlo). Como son ficciones elaboradas por hombres, resulta menos difundida la imagen opuesta, de mujeres víctimas del encanto falaz del sexo opuesto. En un caso y otro, lo evidente es que las relaciones de pareja plantean riesgos considerables para quienes las exploran, junto a un atractivo que impide evaluar de manera objetiva esos riesgos. Despreocupándose de lo que pase después, los seres humanos tratan de acercarse y relacionarse con otros seres humanos.

Entre dos encaran los imprevistos que les reserva la vida, confían que al reunirse van a ser capaces de sobrellevarlos mejor. Según algunos, pueden ser más de dos los miembros de la pareja, y no valdría la pena tomar en cuenta a qué sexo pertenecen. Tampoco la sexualidad es el único objetivo de la asociación. Cuando logra establecerse una relación como esa, muchos intentan dotarla de permanencia ilimitada. La capacidad de reunirse goza del reconocimiento de quienes rodean a la pareja. Sus integrantes deben afrontar más de un riesgo por el solo hecho de estar juntos y pensar de a dos. Utilizan el mismo espacio, elaboran proyectos comunes, asumen compromisos a largo plazo. Respetan reglas de convivencia que no siempre coinciden con las del resto de la sociedad. Controlan un territorio dotado de cierta autonomía, un lugar que no es de fácil acceso para los intrusos. Continuar leyendo…